De joven, Isaac Newton tuvo una libreta a la que llamó Quaestiones quedam philosophicae (Algunas cuestiones filosóficas), en ella escribió a modo de premisa «Platón es mi amigo, Aristóteles es mi amigo, pero mi mejor amiga es la verdad».
Vivimos nuestra vida sin comprender casi nada acerca del mundo. Dedicamos poco tiempo (cualquiera que sea su significado) a pensar en la naturaleza del Sol, del cual proviene la energía que ha dado origen a la vida, en la gravedad que nos ata a la superficie terrestre, o en las partículas atómicas de las cuales estamos constituidos.
Es común en nuestra sociedad encontrar como respuestas a estas y otras cuestiones, un encogimiento de hombros, o una referencia a creencias religiosas. Algunas personas llegan incluso a sentirse incómodos con cuestiones de este tipo, siendo esta actitud muestra de las limitaciones del entendimiento humano.
La ciencia, que no es más que un conjunto de conocimientos humanos, y que sólo existen en nuestras mentes: tiene como fin entender el mundo, sin que formen parte de él. Carl Sagan, eminente astrónomo estadounidense, reconoció que: “la ciencia está lejos de ser un instrumento de conocimiento perfecto. Simplemente, es lo mejor que tenemos”.
Ahora bien, el éxito del conocimiento científico es su pensamiento imaginativo y disciplinado a la par de un mecanismo recursivo que corrige sus errores. La ciencia acepta los hechos, aunque ello implique ir en contra de ideas preconcebidas; nos muestra el mundo tal como es, y no como desearíamos que fuese.
La ciencia nos enseña que nunca, en principio, podremos hallar la verdad absoluta. Sin embargo, es ella la única herramienta que poseemos para aproximarnos de forma asintótica a la tan anhelada verdad.
Pero, ¿Qué es la ciencia y para qué sirve? La ciencia nos permite entender, predecir y explicar el mundo ―menudo quehacer― siendo un conjunto heterogéneo de disciplinas, teorías y actividades.
Las teorías científicas cada vez que fallan, no implican un retroceso en nuestro avance por entender el mundo, sino paradójicamente, permiten un avance al mostrar el camino erróneo y con ello iniciar una nueva búsqueda generando nuevo conocimiento a cada paso. La universalidad de la ciencia es no se interpretativa, sino prescriptible.
Cuando estudie Historia Universal en mis libros de texto gratuito de quinto año de primaria, recuerdo el ambiente patriótico que envolvió el salón de clase de la Maestra Julita cuando al unísono todos sus alumnos nos enterábamos que la Fuerza Aérea Mexica (FAM) había participado activamente en la Segunda Guerra Mundial con su glorioso Escuadrón 201. Desde aquel día tengo grabada la fotografía del escuadrón 201 con la que nuestro querido libro hacía alusión a esos valientes hombres.
Recuerdo haber llegado a casa y haber comunicado a mi padre la noticia que dada la intimidad en la que se nos había revelado la consideraba de seguridad nacional. Mi padre me escucho, animó mi efervescencia y amplió mi información recientemente adquirida –haciendo uso el Señor de sus conocimientos enciclopédicos–. Pero al final como es usual en sus platicas, me conto un chiste: “decían los alemanes al divisar las aeronaves del Escuadrón 201; a esas no les disparen, se caen solas”.
Durante algún tiempo ello me pareció risible y absurdo, como cuando la prensa sensacionalista decía que Neri Vela –primer astronauta mexicano– se había robado el tapón de combustible del transbordador Challenger de la NASA y por eso había explotado. Sin embargo, con el tiempo, a medida que me iba informando, aquel comentario gracioso del no les disparen, parecía ser más cierto que un mal chiste.
Hace un par de semanas salió a la luz el Atlas de la seguridad y la defensa de México 2009, elaborado por el Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia. En dicho Atlas se menciona que el Ejército Mexicano y la Armada cuentan con un total de 480 aeronaves, las cuales se han construido o adquirido en Estados Unidos, Suiza, Italia, Brasil, Israel, Reino Unido, Rusia, Francia, República Checa, Ucrania, Canadá y Alemania. Y de las 480, sólo 10 son de defensa aérea y combate.
¡Vaya! Que noticia tan triste y sobre todo que heterogeneidad de nuestras aeronaves militares. Y no es que promueva la guerra o albergue ideas belicosas aberrantes como Hugo Chávez. Sino que me preocupa la incapacidad de las fuerzas armadas para defender con tan sólo 10 aviones de combate F5 construidos en 1981 la soberanía nacional.
Quizá lo único que me alegra es no haber seguido alimentando aquella idea de ingresar a la Fuerza Aérea Mexicana, porque no dudo que con los 19 aviones disponibles por la FAM para entrenamiento, muy probablemente nunca hubiese acumulado un considerable número de horas de vuelo digno de un piloto aviador de guerra. O quizá si hubiese logrado un buen número de horas, pero no tan bueno como el que he acumulado en los simuladores de vuelo de PC, aparte de pilotear más que un Valmet, Zlin o Beech Baron, que son los disponibles por la FAM para práctica.
Ojalá, haciendo uso de esa heterogeneidad que destaca el informe, a algún alto mando militar se le ocurra ordenar a un grupo de ingenieros militares estudiar las aeronaves con el propósito de aprender y diseñar un modelo que incorpore las ventajas de todos esos aviones.
Cierto es que la situación es preocupante y a la vez ilustrativa en materia de defensa militar nacional. Y como uno de los chistes finales con los que suele salpicar sus charlas de mi padre, la Fuerza Aérea Mexicana cuenta con 60 avionetas tipo Cessna para labores de observación e inteligencia. Sí, las mismas avionetas que en otros países se utilizan exclusivamente para actividades civiles.
«Oviedo , quien escribe catorce horas al día, será el conquistador de los conquistadores, el depósito de la verdad. El corral de hechos y personas. Hará con la pluma mucho más de lo que efectivamente hicimos nosotros con la espada. Curioso destino. Pero Jehová mismo no sería Jehová si los judíos no lo hubiesen encerrado en un libro. Para bien o para mal, la única realidad que queda es la de la historia escrita. El mismo Rey termina por creer lo que dice el historiador en vez de lo que cuenta quien conquistó el mundo a punta de espada.
Todo termina en un libro o en un olvido.»
Abel Posse .El largo atardecer del caminante, 1992.